sábado, 19 de febrero de 2011

Contraluz



Decía Proust que los mejores días de nuestra infancia son aquellos que creíamos haber perdido, inmersos en la lectura de un libro favorito. Yo lo subscribo, también, para el adulto. ¿De qué otra forma puedes recorrer el mundo, en un dirigible de 1890, sino leyendo?


En Contraluz *, de Thomas Pynchon, puedes subir a bordo de una aeronave que solo existe en los sueños o en los comics; una máquina tripulada por personajes de tebeo que solo aparece, a ratos, por los cielos de esta novela subterránea. El argumento principal, entre los cientos que componen este magma narrativo, sigue la estela de los miembros de una singular familia: la de un dinamitero anarquista de la Belle Époque.

Del oeste americano a la política pre- bélica en los Balcanes; de las tertulias en Oxford o Gotinga, a los casino-balnearios de la costa Dálmata. Un festín de erudición descomunal, servido en las más imaginativas dimensiones, que incluyen el porno duro, el cine negro, el folletín rosa y, por supuesto, la ciencia (ficción o no)
Para el final dejo el más común de los lugares, aunque fuese el que me incitó a leer este libro inmenso: ¡Cuánto se parece aquel tiempo, entre 1890 y 1914, cuando un mundo cedía paso a otro muy diferente, a este nuestro!

A ver si al final se va a cumplir la dichosa profecía Maya.

*Traducción para Tusquets (Colección Andanzas) de Against the Day, de Penguin Press.