domingo, 30 de enero de 2011

Deseo



“ Por ser Almodovar irremediablemente español, Kusturica irremediablemente serbio, Kitano irremediablemente japonés, Kiarostami irremediablemente iraní, su cine habla al mundo y llega a lo más profundo de cada cual: la pertenencia al género humano.”



Así se expresa Lipovetsky cuando defiende la diversidad cultural en un mundo globalizado que, también irremediablemente, nos uniformiza. Pero ser español tiene remedio: Hay que serlo y distanciarse de sí mismo ¿Cómo? Pues, en el caso de Almodovar, siendo un gran buscador de trufas narrativas, ocultas en otros ámbitos.

Para su última película, aun en proceso de montaje, se ha inspirado ( parece ser que solo eso, inspiración, a juzgar por las primeras filtraciones sobre el argumento) en una novela corta, que me atrevería a catalogar de escalofriante, del ya desaparecido Thierry Jonquet.


Mygale es una obra maestra de este avezado profesor de la roman noir que, casualmente, contiene todos los elementos del mundo Almodovariano, pero del universal, no del constreñido a su pueblo que, al menos a mí, me deja indiferente. No voy a desvelar la magnífica trama que está, de todos modos, a disposición de quien la quiera publicada por le Folio Policier (e incluso creo que hay una traducción al español de los 80), pero voy a hacer publicidad gratuita a El Deseo, producciones cinematográficas, diciendo bien alto que ardo en deseos de ver como su creador pone en escena una historia tan morbosa .

martes, 25 de enero de 2011

La caña justiciera

La rueda de la fortuna generacional se ha posicionado otra vez. La casilla de los treintañeros acomodaticios ha sido sustituida por los que, nacidos en los 90, le ven las orejas al lobo. Se vuelve a llevar la caña, como en el sesentayocho, solo que han cambiado los medios: Ya no se toman las calles sino la red. Las calles, aun adoquinadas sobre la playa de los sueños, como mandaba el maridaje de poetas y libertarios, habían sido transitadas muchas veces, pero internet sigue siendo territorio ignoto.


¿Qué nuevo Julian Assange hará de Dany el rojo anónimo?¿Dará la réplica al emperador oscuro del parlamento universal algún día? ¿Es la cara de Guy Fawkes el nuevo poster del Che? Mientras esperamos las respuestas establecemos posiciones: Las cuatro virtudes cardinales están fijadas de antemano.

La prudencia, debida ante tanta incertidumbre al norte, donde ya no somos los reyes del mambo, y nos toca ceder la pista a otros bailarines de ojos rasgados.

La justicia con los danzantes recién llegados al este, mirando al orto de las nuevas realidades.

La templanza al oeste americano, donde tanto la necesitan.

Y, por fin, la fortaleza al sur, donde habitan los más débiles.

Tanto hablar de valores, siempre a vueltas con los que hay que preservar, o rechazar, y no queremos saber nada de los fundamentales: aquellos que aparecen ya descritos por Platón hace 2500 años, y que forman la raíz del sentido común.

De todas ellas, la justicia es la más difícil de comprender. Se dice que a quien consigue entenderla, las otras tres le vienen dadas, porque el hombre justo es prudente, comedido y fuerte; pero es la que choca frontalmente con nuestro egoísmo, puesto que no hay justicia sin cesión o altruismo (ese otro concepto que parece haberse refugiado en los monasterios budistas tras negarse a ser despojado de sentido por los publicistas y otros pecadores).

A las cardinales, la iglesia católica les añadió las teologales: Fe, esperanza y caridad; que no soportan el envite de la realidad; porque la fe suele distraer de las tareas a pie de calle, la esperanza es tan bella como esquiva, y la caridad no es más que un parche de la injusticia: Benditos aquellos que posean las siete, y además sean virtuosos pianistas (por ejemplo), pero ser justo es lo más práctico…y complicado.

sábado, 8 de enero de 2011

Battle Royal

Una radiante mañana de agosto de 1998 atravesaba el puente de Williamsburg en el asiento trasero de un Checker.



A mi lado viajaba mi amiga Amelia, que había aterrizado en los Estados Unidos por primera vez en su vida hacía apenas una hora. Ante nosotros se erguía la línea del horizonte Neoyorquino intacta, antes de la amputación del WTC, y aquel espectáculo merecía una banda sonora adecuada, de modo que le pedí al taxista Sijs que pusiese en el viejo autorradio uno de los cassettes (aun grabábamos en cintas) que habíamos preparado para nuestro viaje: una flamante road-movie, que podría titularse Looking for Yogui, hasta California, con etapa de lujo en el parque nacional de Yellowstone.

Los bien afinados bafles comenzaron a vomitar pulsaciones del contrabajo en aquella contienda, entre un conde y un duque, capaz de dejar boquiabierto a todo el Gotha: Un día de Julio de 1961, las dos mejores Big Band de la historia, se encontraron en un estudio para grabar un disco legendario: The Count meets The Duke, cuyo primer corte era el master tracks de esta Battle Royal, dejando muy claras las intenciones del álbum.



Viendo oscilar el turbante del chofer, incapaz de resistir aquel swing, sentí que había elegido bien la pieza para presentar a alguien Gotham City.