domingo, 21 de junio de 2009

Lo que nos falta


La otra noche soñé que era mi propio hijo; ese que nunca tuve con la novia que se parecía a Sarah Palin. En el sueño yo/mi hijo hablaba seis idiomas (chino mandarín incluido) y era un millonario cibernético que había desarrollado completamente la tecnología neuromotora, de modo que la telequinesia era mi gran aportación a la humanidad. Yo, tanto tiempo denostando las necesidades creadas y, ahora, había creado la mayor de todas: la supresión de necesidades. La gente ya no tenía que mover un dedo para nada; el dicho y hecho se había sustituido por el pensado y hecho ¡siempre!, gracias a un chip nanométrico implantado bajo el cuero cabelludo.

Aquella noche, agotadora, fui alternando la conciencia de orgulloso padre, que había conseguido educar tan bien a su hijo, con la desazón de quien tiene de todo menos algo que no puede identificar. Entonces, la vigilia siguiente, me dio la respuesta. Estaba en la página necrológica del periódico que anunciaba la muerte de Vicente Ferrer en la India. Aquello que no tenía era la capacidad de ser feliz ayudando a los demás.

Aún a riesgo de opinar sobre algo que no he experimentado (si solo se pudiese escribir sobre la experiencia no habría novelas, sino aburridas biografías), diré que un padre no puede trasmitir a su hijo unas virtudes que no tiene, y que son tan escasas en realidad: me refiero a la grandeza del jesuita fallecido. Desde luego si puedes expresarte en tantas lenguas y tienes la curiosa capacidad de un gigante, posiblemente no te quede tan lejos la filantropía… ¡pero los sueños, sueños son!

martes, 16 de junio de 2009

Un coche bestial


    Considero la ilustración incompatible con la superstición. No creo en lo sobrenatural, veleidades (o experiencias reales) espirituales aparte, ni en fantasmas que no sean EEC (elementos emocionalmente competentes), es decir que no sean el recuerdo pertinaz de alguien importante en tu vida. Todas las güijas de este mundo tienen explicación, y las que no la tienen están en alguna dimensión aun inexplorada. Cuando se mueve el vaso, en medio de un círculo de letras, es debido a la inercia de la energía inconsciente que aportan los celebrantes. Si se puede levantar a una persona gruesa, como si de un peso pluma se tratase, se debe a la misma peregrina razón…

     Pero… el único coche que protagonizó, en mi familia, una tragedia (afortunadamente sin víctimas) tenía el número de matrícula 66600. Era un SEAT 124, de color beige, que acabó quemado en la cuneta: Por suerte, mi padre pudo salir de su interior antes de que el fuego se propagase y acabara completamente con el auto. Cada vez que pienso en el asunto me digo que sí creo en las casualidades, pero no puedo evitar un ligero escalofrío. 

jueves, 11 de junio de 2009

Enterrada viva en el blues


    Me encantan los instrumentales. Suelen ser la música ambiental perfecta pues, la falta de voz humana, los hace más susceptibles de ser desatendidos sin que tengas la sensación de que te pierdes algo. Eso no significa que no haya verdaderas joyas entre ellos. En la radio española hay grandes aficionados. Juan de Pablos, en su programa Flor de pasión, los utiliza para separar fases (según sus propias palabras); Diego Manrique es un gran consumidor de estas piezas, así como casi todos los profesionales en Radio 3 (que sigue siendo mi emisora de referencia para la música popular. La referencia para la culta es también un canal de la pública) y, hablando de radio,  los instrumentales son la principal fuente de toda la música de apoyatura en este medio y en televisión: sintonías, cortinillas, ráfagas, etc. Hay géneros donde más abundan, como por ejemplo el Jazz o el Blues; y desde luego toda la Música Electrónica. Hoy quiero hablar de uno de mis instrumentales preferidos, sobre todo porque su existencia es fruto de una tragedia.

    El 4 de Octubre de 1970, Janis Joplin y su banda tuvieron una estupenda sesión de trabajo en  Sunset Sound, donde grababan el póstumo Pearl. Habían terminado la famosa Me and Bobby Mc Gee y prepararon la base instrumental para el que iba a ser el último tema del álbum: Buried alive in the blues.

    La jornada había sido tan buena que se fueron a celebrarlo a un chino cercano a los estudios y, después de grabar esa misma tarde una cinta para enviársela a John Lennon por su cumpleaños, continuaron de copas hasta la una de la madrugada; hora en la que Janis regresó a la habitación 105 del Landmark motel donde se hospedaba. Allí se inyecto un chute, de los 50 pavos de heroína que le había pasado su camello ese mismo día, y bajó a recepción a cambiar un billete de cinco dólares para comprar tabaco. La recepcionista le dio cuatro billetes de un dólar y cuatro monedas de veinticinco centavos, y estuvo un cuarto de hora hablando con ella antes de sacar un paquete de Marlboro. De vuelta en su habitación el chute empezó a hacer efecto, mezclándose con el tequila y los valiums que ya llevaba en el cuerpo. Cuando la encontraron muerta de sobredosis, dieciocho horas después, todavía llevaba cuatro dólares y medio en la mano.

     La casualidad quiso que la heroína que se inyectó aquella noche tuviese una pureza de entre el 50 y el 80 por ciento, muy superior a la que la tenía acostumbrada el dealer. Como este no era consumidor solía confiar cada nueva partida a un probador para que comprobase su pureza antes de cortarla. Aquel día el probador estaba de viaje, pero la vendió igualmente, provocando que ocho personas, incluida la Joplin, murieran ese fin de semana.

    Buried alive in the blues se convirtió, así, en el magnífico instrumental que cierra aquel álbum inolvidable.

sábado, 6 de junio de 2009

Es lo que hay


 En las series de ficción aparecen, sistemáticamente, una serie de personajes que presentan un rasgo común y revelador: están amargados. Son caracteres que quieren reforzar la credibilidad de la trama restando desconfianza a la existencia del héroe baladí. Es como si nos predispusieran a confiar en la infalibilidad de un detective neurótico mostrándonos camareras de mal humor, o en la doble vida de un superhéroe rodeándolo de miserables.

    Lo revelador es el grado de verosimilitud que otorgamos al ambiente, casi siempre bastante alto. Es decir, lo lógico es que las camareras de los bares que frecuenta Monk estén hasta el moño de servir  a maleducados clientes, y que la redacción del periódico donde trabaja Superman esté plagada de impresentables. Es lo que hay, parecen decirnos los perspicaces guionistas, que se limitan a retratar la sociedad.

    Al final persiste la idea de impotencia. De una manera indolora (there is not Business like the show Business) te inoculan el virus de la resignación: si la realidad supera a la ficción ¿Cómo vamos a pretender cambiar en el barrio lo que resulta obvio en la tele? Es lo que hay se ha convertido en la frase-bálsamo, sobrepasando con creces su ámbito natural de aplicación. Hace algún tiempo la soltábamos para expresar que no merecía la pena cabrearse si no quedaba ya tutti fruti en nuestra heladería preferida; hoy la recitamos  como un mantra contra los repetidos abusos de los que somos víctimas, en nuestra calidad de consumidores.

    Si buscamos Calidad en el diccionario de la R.A.E. encontramos como primera acepción lo siguiente: “Propiedad o conjunto de propiedades inherentes a algo, que permite juzgar su valor”…¡Que pena!, pero es lo que hay.