Me encantan los instrumentales. Suelen ser la música ambiental perfecta pues, la falta de voz humana, los hace más susceptibles de ser desatendidos sin que tengas la sensación de que te pierdes algo. Eso no significa que no haya verdaderas joyas entre ellos. En la radio española hay grandes aficionados. Juan de Pablos, en su programa Flor de pasión, los utiliza para separar fases (según sus propias palabras); Diego Manrique es un gran consumidor de estas piezas, así como casi todos los profesionales en Radio 3 (que sigue siendo mi emisora de referencia para la música popular. La referencia para la culta es también un canal de la pública) y, hablando de radio, los instrumentales son la principal fuente de toda la música de apoyatura en este medio y en televisión: sintonías, cortinillas, ráfagas, etc. Hay géneros donde más abundan, como por ejemplo el Jazz o el Blues; y desde luego toda la Música Electrónica. Hoy quiero hablar de uno de mis instrumentales preferidos, sobre todo porque su existencia es fruto de una tragedia.
El 4 de Octubre de 1970, Janis Joplin y su banda tuvieron una estupenda sesión de trabajo en Sunset Sound, donde grababan el póstumo Pearl. Habían terminado la famosa Me and Bobby Mc Gee y prepararon la base instrumental para el que iba a ser el último tema del álbum: Buried alive in the blues.
La jornada había sido tan buena que se fueron a celebrarlo a un chino cercano a los estudios y, después de grabar esa misma tarde una cinta para enviársela a John Lennon por su cumpleaños, continuaron de copas hasta la una de la madrugada; hora en la que Janis regresó a la habitación 105 del Landmark motel donde se hospedaba. Allí se inyecto un chute, de los 50 pavos de heroína que le había pasado su camello ese mismo día, y bajó a recepción a cambiar un billete de cinco dólares para comprar tabaco. La recepcionista le dio cuatro billetes de un dólar y cuatro monedas de veinticinco centavos, y estuvo un cuarto de hora hablando con ella antes de sacar un paquete de Marlboro. De vuelta en su habitación el chute empezó a hacer efecto, mezclándose con el tequila y los valiums que ya llevaba en el cuerpo. Cuando la encontraron muerta de sobredosis, dieciocho horas después, todavía llevaba cuatro dólares y medio en la mano.
La casualidad quiso que la heroína que se inyectó aquella noche tuviese una pureza de entre el 50 y el 80 por ciento, muy superior a la que la tenía acostumbrada el dealer. Como este no era consumidor solía confiar cada nueva partida a un probador para que comprobase su pureza antes de cortarla. Aquel día el probador estaba de viaje, pero la vendió igualmente, provocando que ocho personas, incluida la Joplin, murieran ese fin de semana.
Buried alive in the blues se convirtió, así, en el magnífico instrumental que cierra aquel álbum inolvidable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario