jueves, 21 de octubre de 2010

HTML 5

La quinta versión del lenguaje HTML, empleado para crear páginas web, será, según los expertos, la nueva red: “Va a cambiar todo lo relacionado con Internet y su uso”, he leído en algún sitio. No me cabe la menor duda; pero también es cierto que, entre esos cambios, habrá muchas más posibilidades para comerciantes y publicistas de rastrear nuestras costumbres y actividades. Es decir, un nuevo palo a nuestra ya precaria privacidad. Podría parecer que solo hay dos caminos para evitar ser espiados: Dejarse atrapar en las redes de los negociantes (cuando no en las de gente con intenciones aun más espurias) o huir del ciberespacio; pero no. Existe una tercera vía.


Para explicárosla, he de modificar primero la famosa aseveración Hamletiana: Ser…ecléctico o no ser, esa es la cuestión. Si puedes degustar unos huevos fritos con patatas, con la misma fruición que un Maki de erizo.


 Si puedes deleitarte con Mozart, tanto como con Paul van Dyk, o si puedes entender igual a Proust que a Chuck Palahniuk…¡Estas salvado!

En primer lugar no vas a tener sitio, ni ganas de acumular semejante cantidad de archivos (receta del makis de erizo incluida), de modo que tendrás que acostúmbrate a la cultura streaming. Como te habrás curtido mientras todo el mundo te recrimina tu falta de personalidad, te habrás armado de paciencia, y podrás soportar sin problemas los anuncios que interrumpan tus versiones gratis de las aplicaciones. Por último, como parece ser que ni el tribunal de justicia europeo nos va a librar del famoso canon digital (aunque hayan liberado a las empresas, en un alarde más de justa injusticia), vas a tener que seguir haciéndole la señal obscena con el dedo medio a Tedy Bautista y sus secuaces ( y de paso a todos los fabricantes de Hardware que no quieren ni oír hablar de decrecimiento, y nos siguen creando necesidades cada 30 segundos), y pasar de comprar nada…En fin, vas a poder seguir en el éter sin sentirte acechado, vigilado, mangoneado. Para ser libre habrás de ser culto, como ya sabíamos.

jueves, 14 de octubre de 2010

El Tesoro

Hay algunos textos que no pueden leerse sin red; y no por el vértigo que produce la distancia entre lo narrado y el presente, sino por la necesidad de un ordenador cerca durante su lectura. Es el caso de la Historia del DJ (2) desde el House hasta la actualidad; la 2ª parte de una obra más extensa cuyo principio ha sido ya reseñado aquí. Con las herramientas de Internet 2.0 aumenta el placer producido por los libros sobre música. Los vínculos a Youtube o Spotify te permiten escuchar todo aquello que, de otra forma, te dejaría con la miel en la boca (o a las puertas de algún mítico club).





En el verano de 1995 tenía 39 años; lo suficientemente mayor y bastante joven, sin embargo. La edad ideal para conocer Berlín y El Tresor.



Este sitio, abierto a principios de 1991 y situado a 5 metros bajo tierra, en la cámara acorazada de un bombardeado gran almacén, se encontraba muy cerca del bunker de Hitler. Mis amigos berlineses me lo mostraron con el mismo espíritu ciceroniano que utilizaron en el Check Point Charlie o en el busto de Nefertitis. La diferencia radicaba en la intervención del MDMA, sin la cual no hubiese apreciado el aura zippie (hippies high-tech) de aquella noche, ni me hubiese sumergido en el hard trance de la época, tan lejos (y tan cerca) de mi currículum bailarín.



Sobre el club, toda una institución en la ciudad, existe una extensa documentación en Youtube; incluida la noche del cierre de la antigua sede y la reapertura, en olor de multitudes, un poco más tarde.

viernes, 1 de octubre de 2010

Otoño

Si este humilde columnista hubiera sido antes y real, habría escrito en papel y aunque, olvidando la modestia, hubiese sido herido por Calíope, Erato, Melpómene y Talía (a partes iguales), habría tenido más difícil trasmitir con precisión lo que surge de sus dedos. Sin embargo, ahora, puede hacer partícipe al lector de su inspiración. Solo tiene que incluir enlaces en el hipertexto.


Hay quien afirma que así ya nadie es libre de imaginar, pero yo siempre he preferido la información a la conjetura. Por ejemplo: ¿Cómo leen la misma partitura batutas diferentes?

Tomemos el Vals triste de Sibelius; esa pieza que resulta ser un score para el otoño, y de la cual me enamoré en el cine (como en tantas otras ocasiones): Exactamente cuando la condesa Sobryanski increpa al doctor Vando porque la orquesta interpreta el vals, una y otra vez, en el funeral de Fedora. En aquel palacete parisino suena una versión de tempo lento, donde las notas rezuman del entramado armónico.

Pero hay otras versiones que, sin olvidar su carácter elegiaco, resultan vivificantes, como la tibieza que precede al invierno o el colorido rampante de los bosques.

Yo, por mi parte, apuesto por el tempo justo; el pulso impasible de la última estación.