miércoles, 24 de marzo de 2010

Bitácora


Este lugar nunca tuvo vocación de diario porque odio la extimidad, ese cariz exhibicionista que no puede ocultar la supuesta bondad de las llamadas redes sociales. ¿Redes para pescar incautos?


Estoy convencido de que escribiría más y mejor si ni siquiera me conocieran los pocos que saben quién soy, porque el anonimato proporciona la ilusión de expresarse sin consecuencias, como quisiera un prudente o un cobarde. De todas formas, en los próximos meses voy a crear una etiqueta nueva: Bitácora. La bitácora de una travesía, por supuesto: Oviedo-Santiago de Compostela a pie.

Exactamente. El famoso camino de Santiago en su versión primitiva; aquella que inauguró Alfonso II (el casto) en el siglo IX, para llegar al nuevo lugar de peregrinación que necesitaba la cristiandad tras perder Jerusalén a manos de Saladino. Personalmente no tengo intenciones místicas, aunque no voy a desdeñar la espiritualidad del asunto. Por lo pronto es una travesía mental (la física empezará en Junio), pero ya estoy entrenándome como andarín. Tres caminatas semanales cada vez un poquito más largas… ¡Que paliza ¡

Comprendo que haya quien se tome esta gesta como una especie de legión: una proeza para expiar una culpa, horadar un duelo, hacer una pausa… ¡Que se yo!, pero en el fondo no es más que una excursión a lo bestia por parajes preciosos, y con una meta magnífica, de nombre tan evocador como el pórtico de la gloria. Salud

jueves, 18 de marzo de 2010

Imagen y palabras

La foto, que publica el diario El País, del balcón del ayuntamiento de Valencia no tiene desperdicio. El buen hacer de sus fotógrafos capta siempre el epicentro de las situaciones. Por supuesto, cuando se masca la tensión en una escena, suele mascarse el tiempo suficiente para que cualquiera pueda retratarla sin ser precisamente un lince (animal veloz donde los haya); pero un fotógrafo excelente dispara justo en el momento preciso. La instantánea que aparece publicada en la página 19 del diario es un gran ejemplo: Aunque el dedo de Rita Barberá hubiese estado mucho tiempo en sus labios, tratando de ocultar la mala educación de sus parroquianos, de la cual ella es bastante responsable; la caída de los párpados de María Teresa Fernández de la Vega, subrayando su gesto adusto, habría sido más rápida. La carita rechoncha de la minifallera, a la derecha, refleja la muchedumbre vocinglera que abuchea a quien se ve en la obligación de ponerlos en su sitio. “ Ustedes han vivido por encima de sus posibilidades, aceptando el festín de migas que caían de la mesa de los poderosos, sin preguntarse el origen de las viandas”; parece decirles la vicepresidenta.

Como la fotografía es muda, yo he sacado la varita mágica de su estuche y la he acercado al periódico.

- ¡A callar!. Ya podréis ponerla verde en cualquier programa de Canal nou. (Barberá, henchida de gozo con el aroma del poder)
- ¡ Mamelucos!. Como vamos a ganar las próximas elecciones con la fauna (o la flora, si atendemos a la letra de la conocidísima canción de Agustín Lara) de este país. (Fernández de la Vega, sin pensar ni por un solo momento en lo mal que lo estan haciendo ella y su gobierno)

miércoles, 10 de marzo de 2010

Ras le bol de la pluie


Hace tiempo que quería leer a Enrique Vila-Matas. Me llegaba el eco difuso de su obra, donde se mezclaban la novela y el ensayo en clave autobiográfica; trozos de la vida de un escritor puro que utiliza la experiencia para reinventar la realidad. Por fin me hago con un par de títulos que me suenan muy bien: Paris no se acaba nunca y El mal de Montano.


En el primero, el autor recrea su iniciación bohemia a la literatura, por supuesto, en Paris. Una ciudad donde declara haber sido infeliz, a pesar de estar rodeado de celebridades de la época, o de contar con Marguerite Duras como mentora y casera (al menos el narrador vive en una chambre de bonne de la autora de India’s song).

Aunque la razón de su infelicidad resida en su tendencia al existencialismo, como pose obligatoria de un tiempo y un lugar, yo apuesto por otra razón más prosaica: el clima. Porque el secreto mejor guardado de la ciudad de la luz es su grisalla. Yo nunca viví en Paris, pero la frecuenté mucho durante una época, en el ambiente servil (todo hay que decirlo) de la corte a la industria de la moda. Entre periodistas que se creían famosos y famosos que se creían periodistas, recuerdo una ciudad de clima desapacible, capaz de abatir al más pintado. Había días en que todo el mundo parecía ras le bol de la pluie; más o menos como aquí, este invierno.

jueves, 4 de marzo de 2010

Conformarse

   
 Me gusta descansar mi pesada cabeza en una cama de estrellas californianas. Así empiezan Billy Bragg y Wilko esta preciosa canción, a medio camino entre el himno pop y la balada de country moderno. A mí me sirve para reconciliarme con los States.


    Esta vez no ha sido la administración republicana, con su tejano bufón a la cabeza, quien me ha cabreado, sino la actitud de un ciudadano norteamericano incapaz de adaptarse a las circunstancias de la vida. Conocí a Mr. Wantycant hace cuatro años, cuando era un bróker metamorfoseado en cooperante solidario y amante del Slow Down.

Después de haber ganado muchísimo dinero en la bolsa neoyorkina, se había instalado en Madrid como funcionario del ACNUR y amante del arte. Seguía una terapia para superar su adicción al alcohol y parecía feliz habiendo abierto los ojos. Ahora, han bastado unas cuantas evidencias de la famosa crisis para sacarlo de quicio y perecer achicharrado en la hoguera de las vanidades. Esta misma mañana, comentaba con un amigo común su incapacidad para conformarse con su nueva realidad… ¡Pero he tenido muchas dificultades para encontrar ese verbo en Ingles! Ellos prefieren to adjust to (adaptarse a), o to agree with (estar de acuerdo con), dejando el to resign (resignarse) para cuando no queda más remedio. No es la primera vez que compruebo, de primera mano, la precisa reflexión que hace la lengua de nuestro pensamiento, pero nunca antes había comprendido lo útil que puede ser cambiar nuestro registro lingüístico para cambiarnos a nosotros mismos; sobre todo cuando somos nuestro peor enemigo.

Espero que Mr. Wantycant pueda, también, descansar su pesada cabeza en cualquier sitio.