miércoles, 10 de marzo de 2010

Ras le bol de la pluie


Hace tiempo que quería leer a Enrique Vila-Matas. Me llegaba el eco difuso de su obra, donde se mezclaban la novela y el ensayo en clave autobiográfica; trozos de la vida de un escritor puro que utiliza la experiencia para reinventar la realidad. Por fin me hago con un par de títulos que me suenan muy bien: Paris no se acaba nunca y El mal de Montano.


En el primero, el autor recrea su iniciación bohemia a la literatura, por supuesto, en Paris. Una ciudad donde declara haber sido infeliz, a pesar de estar rodeado de celebridades de la época, o de contar con Marguerite Duras como mentora y casera (al menos el narrador vive en una chambre de bonne de la autora de India’s song).

Aunque la razón de su infelicidad resida en su tendencia al existencialismo, como pose obligatoria de un tiempo y un lugar, yo apuesto por otra razón más prosaica: el clima. Porque el secreto mejor guardado de la ciudad de la luz es su grisalla. Yo nunca viví en Paris, pero la frecuenté mucho durante una época, en el ambiente servil (todo hay que decirlo) de la corte a la industria de la moda. Entre periodistas que se creían famosos y famosos que se creían periodistas, recuerdo una ciudad de clima desapacible, capaz de abatir al más pintado. Había días en que todo el mundo parecía ras le bol de la pluie; más o menos como aquí, este invierno.

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