viernes, 1 de octubre de 2010

Otoño

Si este humilde columnista hubiera sido antes y real, habría escrito en papel y aunque, olvidando la modestia, hubiese sido herido por Calíope, Erato, Melpómene y Talía (a partes iguales), habría tenido más difícil trasmitir con precisión lo que surge de sus dedos. Sin embargo, ahora, puede hacer partícipe al lector de su inspiración. Solo tiene que incluir enlaces en el hipertexto.


Hay quien afirma que así ya nadie es libre de imaginar, pero yo siempre he preferido la información a la conjetura. Por ejemplo: ¿Cómo leen la misma partitura batutas diferentes?

Tomemos el Vals triste de Sibelius; esa pieza que resulta ser un score para el otoño, y de la cual me enamoré en el cine (como en tantas otras ocasiones): Exactamente cuando la condesa Sobryanski increpa al doctor Vando porque la orquesta interpreta el vals, una y otra vez, en el funeral de Fedora. En aquel palacete parisino suena una versión de tempo lento, donde las notas rezuman del entramado armónico.

Pero hay otras versiones que, sin olvidar su carácter elegiaco, resultan vivificantes, como la tibieza que precede al invierno o el colorido rampante de los bosques.

Yo, por mi parte, apuesto por el tempo justo; el pulso impasible de la última estación.

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