martes, 25 de enero de 2011

La caña justiciera

La rueda de la fortuna generacional se ha posicionado otra vez. La casilla de los treintañeros acomodaticios ha sido sustituida por los que, nacidos en los 90, le ven las orejas al lobo. Se vuelve a llevar la caña, como en el sesentayocho, solo que han cambiado los medios: Ya no se toman las calles sino la red. Las calles, aun adoquinadas sobre la playa de los sueños, como mandaba el maridaje de poetas y libertarios, habían sido transitadas muchas veces, pero internet sigue siendo territorio ignoto.


¿Qué nuevo Julian Assange hará de Dany el rojo anónimo?¿Dará la réplica al emperador oscuro del parlamento universal algún día? ¿Es la cara de Guy Fawkes el nuevo poster del Che? Mientras esperamos las respuestas establecemos posiciones: Las cuatro virtudes cardinales están fijadas de antemano.

La prudencia, debida ante tanta incertidumbre al norte, donde ya no somos los reyes del mambo, y nos toca ceder la pista a otros bailarines de ojos rasgados.

La justicia con los danzantes recién llegados al este, mirando al orto de las nuevas realidades.

La templanza al oeste americano, donde tanto la necesitan.

Y, por fin, la fortaleza al sur, donde habitan los más débiles.

Tanto hablar de valores, siempre a vueltas con los que hay que preservar, o rechazar, y no queremos saber nada de los fundamentales: aquellos que aparecen ya descritos por Platón hace 2500 años, y que forman la raíz del sentido común.

De todas ellas, la justicia es la más difícil de comprender. Se dice que a quien consigue entenderla, las otras tres le vienen dadas, porque el hombre justo es prudente, comedido y fuerte; pero es la que choca frontalmente con nuestro egoísmo, puesto que no hay justicia sin cesión o altruismo (ese otro concepto que parece haberse refugiado en los monasterios budistas tras negarse a ser despojado de sentido por los publicistas y otros pecadores).

A las cardinales, la iglesia católica les añadió las teologales: Fe, esperanza y caridad; que no soportan el envite de la realidad; porque la fe suele distraer de las tareas a pie de calle, la esperanza es tan bella como esquiva, y la caridad no es más que un parche de la injusticia: Benditos aquellos que posean las siete, y además sean virtuosos pianistas (por ejemplo), pero ser justo es lo más práctico…y complicado.

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