“ Marina de Port Vell, marina de Port Vell; aquí embarcación Arenui ¿se me oye? Cambio”
Pero no, nadie nos escuchaba, aunque afortunadamente no se tratara de un m’aide, o ni siquiera un pan-pan: solo queríamos saber si la gasolinera del puerto cerraba después de las 8, pues los barcos alquilados hay que dejarlos, también, con el tanque lleno de combustible. La desidia de las autoridades portuarias nos obligó a subir hasta el puerto Olímpico para cumplir nuestro propósito y, durante aquella hora extra de navegación ( después de las 22 que habían durado la travesía entre Menorca y Barcelona), me sentí dentro de la viñeta de un comic.
La silueta de la ciudad condal, muy diferente a aquella de los ochenta cuando la dibujaban los autores de La Cúpula, se recortaba contra las nubes desgarradas que cubrían el Mediterráneo, encabritado por vientos de fuerza 5 en la escala Beaufort. El hotel W, la torre Mapfre o el hotel des Arts, presidían el Skyline del Tibidabo o Montjuit; Norman Foster competía con Gaudí, y la torre del Collserola pinchaba un nubarrón henchido de furia que servía de forillo improvisado para las aeronaves que se dirigían al Prat. En el agua, las impresionantes moles de los cargueros y transatlánticos no amedrentaban ni a los humildes veleros como el nuestro ni a la troupe de delfines que rodeaba al Arenui como las polillas a la lámpara del jardín.
No, no tengo la fotografía. Envuelto en el impermeable solo pensaba en asirme a cualquier parte para no acabar siendo un hombre al agua, pero la mente flotaba encantada entre el recuerdo de las páginas del Víbora y los anaqueles de la librería Robinson de Madrid; un precioso establecimiento en cuyas estanterías de madera se refugian las mejores novelas marineras de todos los tiempos.
Para compensar tengo otras de algunos fantásticos fondeaderos en la isla Balear, y algún buen ejemplar de Bergantín.
¡Ah! Y un Orto maravilloso ¿Viste?
No hay comentarios:
Publicar un comentario