Bajo las patas del toro, no me queda más remedio que sacarme algún As, improvisado, de la manga: Esta Bola 8, de los Underworld, la saco más bien de la memoria; visionando aquella peli, con pretensiones neo-hippies, sobre una playa de ensueño. Es un buen ejemplo para ilustrar la diferencia entre la composición en escalas menores y mayores: estados de ánimo sombríos y luminosos (desde un punto de vista extra musical y psicológico). Aunque desde el principio reconoces una pieza vibrante y energética, no es hasta el minuto 5, de los 8 y pico de duración total, que esta delicia emite sus más luminosos efluvios (compuestos ahora en escalas mayores). El happy final (precedido por el White stuff) remata la comunión de todos los que están en la pista.
Sin embargo, el gran ejemplo del efecto de la tonalidad en nuestro cerebro es La noche transfigurada de Arnold Shönberg, un bellísimo sexteto de cuerdas cuya primera mitad está enteramente compuesta en menor, mientras que la segunda está en la escala mayor. La obra, basada en un poema de Richard Dehmel, cuenta la historia de una pareja paseando a la luz de la luna mientras ella confiesa que está embarazada de un hombre a quien no quiere (el tono menor, como anillo al dedo, para ilustrar el ánimo atribulado de la joven). Cuando él le responde que no debe preocuparse, que la ama, y que se hará cargo de ese bebé (¡menos risitas, que estamos en 1899!), la tonalidad mayor se adueña de la música hasta el final de la composición. ¡Oíd !
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