domingo, 10 de enero de 2010

Abismos

Desde el asiento del copiloto de aquel desvencijado Land Cruiser, veía pasar la sociedad yemení, pre once de septiembre, como en una versión neorrealista de Indiana Jones: Los automóviles eran un anacronismo abundante en aquel decorado de la baja edad media y, por supuesto, parecía que no hubiese normas de tráfico, lo que acrecentaba considerablemente la sensación de estar envuelto en la ficción. Mientras esquivaba, por ambos lados, tanto a vehículos como a recuas de animales, Ahmed (nuestro guía) me explicaba su preferencia por nosotros, turistas españoles, frente a los descendientes de los ingleses victorianos que, un día, atravesaron altaneros aquella franja de la península arábiga rumbo a las tierras del oro negro.


Ataviado con la túnica tradicional y el turbante a cuadros, este hombre, mucho más joven de lo que aparentaba, organizaba su jornada entera (incluida nuestra presencia) al consumo de su manojo de Kat. La cansina rumia de estos brotes verdes condiciona toda la vida en aquel país. Se supone que la takhzin (reunión de hombres para masticar las hojas) comienza después de comer; pero lo cierto es que cada vez adelantan más la hora del almuerzo para empezar antes a darle al vicio. Todas las demás actividades, productivas o no, quedan postergadas ante la fuerza de la lulukacha (una mascada de Kat). El Kat es un narcótico-excitante con las mismas virtudes que el tabaco: despeja cuando se necesita y calma cuando es necesario; cualidades ambas muy apreciadas en un lugar donde la vida es infinitamente menos confortable que en nuestras opulentas y anestesiadas sociedades occidentales.




En su libro En busca de las Flores del Paraíso, el británico Kevin Rushby, relata un viaje fascinante por los principales países donde se difunde esta droga: el cuerno de África y Yemen; un rincón del mundo, aun más vilipendiado ahora, tras convertirse en excelente caldo de cultivo para la rabia contra los vilipendiadores. Su fascinación por el Yemen, y por la hierba nacional, lleva al autor a describir un periplo demasiado romántico, pero es cierto que, al menos en aquella época (el libro está publicado el mismo año de mi viaje, aunque relate experiencias anteriores), Sana era una ciudad amable y pacífica, si sabías exactamente donde estabas, y podías distanciarte lo suficiente de tus prejuicios (absolutamente justificados, por otra parte: el Medievo no solo se manifestaba en la puesta en escena, sino en el guión completo, incluidos los personajes estereotipados de sumisos ante los tabúes religiosos y los escrúpulos sociales de nuestro ancien régime). De todas formas, yo guardo un agradable recuerdo de aquellas gentes pobres y dignas, conscientes del abismo que les separaba del llamado primer mundo.

Ahora que, otra vez, han adquirido notoriedad gracias al penúltimo episodio de las cruzadas sempiternas, provocan en todos nosotros el vértigo del miedo; pero yo pienso que todo vértigo desaparece si desaparece el abismo, y que nosotros tenemos más medios y posibilidades para aplanar el terreno.

No hay comentarios: