miércoles, 24 de febrero de 2010

Bajo escucha


Los supuestos expertos en la materia dicen que el mejor cine del siglo XXI se hace para la televisión; y como ejemplo emblemático ponen alguna que otra serie made in USA: The Wire; una película de trece horas de duración con, hasta la fecha, cuatro secuelas (correspondientes a sus cinco temporadas). Una película con todas las características que la distinguen de una serie y algunas de las que la identifican como tal.


Sus personajes son tan creíbles que pueden parecerse a cualquiera de nosotros: aquellos, claro está, que vivieran en una ciudad tan inconfundiblemente yanqui como Baltimore, y fueran, o bien funcionarios (en el sentido más peyorativo del término) de policía, o bien anduviesen por el lado salvaje de la vida (como dirían Lou Reed y Albert Pla al alimón).

Sus tramas son el resultado de algo tan cotidiano como espantoso: el hecho de que cada cual vaya a lo suyo sin ambages…o con ellos.

Compruebo, sorprendido, que mis hábitos como espectador de televisión no han cambiado demasiado en los últimos 45 años, porque sigo preso de la curiosidad enfermiza que me produce la contemplación de la sociedad norteamericana, a través de sus series. Una sociedad punta de lanza de la decadencia occidental. Esto, dicho así (de sopetón), suena fatal: pedante, manido, vacío; pero no deja de ser descorazonadamente cierto.

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