sábado, 17 de abril de 2010
Cenizas
Sospecho que son las cenizas de Ícaro las que ensombrecen los cielos de Europa estos días, pero aun más ensombrecen los planes de los nuevos Ícaros, que ahora ya no son solo hombres curiosos, fascinados por la luz del sol, sino miles de asombrados pasajeros: gente como usted y como yo que consideran un derecho inalienable volar como los pájaros. En algún lugar tenían que estar los restos de aquella combustión, y mire usted por dónde estaban en las entrañas de la tierra.
No hace falta ser mitólogo (ni psicoterapeuta) para desentrañar el mensaje del eructo volcánico: ¡Tenéis problemas con la digestión del mundo ¡¿Cuántos hombres habrán usado la famosa metáfora para expresar su disposición a la conquista del poder? Desde la civilización Cretense, muchísimos, demasiados.
Cada vez que buscamos una solución al deterioro del planeta pensamos en el transporte: Es el mayor anhelo cumplido del ser humano, la libertad de movimiento, pero también es el mayor causante de problemas de toda índole; desde las invasiones bárbaras a la contaminación atmosférica. Los defensores de la regresión (a estados anteriores de progreso) como única salida a la situación actual, son conscientes de la dificultad de convencer al mundo entero para que renuncie al viaje pero, a juzgar por los acontecimientos, no nos va a quedar más remedio que plantear la maldita pregunta: ¿Quién le pone el cascabel al gato?
Tampoco estaría tan mal una vida alrededor del terruño (al final van a tener razón los nacionalistas); a condición, claro está, de que todos los terruños de la tierra fuesen habitables (cuerno de África incluido, por ejemplo), y nadie necesitara huir de su parcela para sobrevivir. Tendríamos que dedicarnos, por gónadas, a lo verdaderamente importante (que todos sabemos lo que es), olvidándonos de las cerezas fuera de temporada o los interfaces cutáneos de la próxima generación de juguetitos (Sí. Ayer oí hablar, por primera vez con posibilidades de futuro, del interfaz cutáneo). Un representante de Microsoft confía en encontrar, en breve, aplicaciones comerciales a lo que puede ser la próxima revolución informática: utilizar nuestra propia piel como control remoto. Ya conocíamos cierta chaqueta con los controles del I Pod grabados en la manga: Hermenegildo Zegna ha repujado las flechitas del play, del rewind y el fastforward en el puño de uno de sus diseños impecables; pero la piel de esa prenda está muerta, mientras que la nuestra esta profusamente irrigada e inervada. No sé yo como se van a llevar nuestro sistema nervioso y su rival electrónico, ni como van a convivir los hematíes con el silicio y las dendritas a golpe de bits.
Cualquier día, y recurriendo otra vez a la tragedia-ficción, nos sale Godzilla por el cordón umbilical (tras la estela del 8º pasajero) y ahí sí que se nos va a cortar la digestión definitivamente.
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