En casa, y con los azarosos demonios bajo control, siento como la soledad se desinflama. La soledad es un acceso (en su sexta acepción de la RAE, que lo cataloga como término médico) en el alma y, durante una estancia hospitalaria, puede manifestarse con violencia. Curiosamente, el antiinflamatorio más eficaz suele ser la presencia de los otros enfermos y sus allegados; porque al hospital solo entra la parte noble de la gente. Es como si, automáticamente, te despojaran en la puerta de todas las miserias: arrogancia, misantropía, ira, impaciencia; todo queda en una hipotética consigna a la puerta de la tragicoteca.
Aun como acompañante, cuando ingresas en un hospital a menudo, desarrollas una habilidad especial; parecida a la del viajero empedernido para hacer la maleta perfecta: Eres capaz de plegarte en el espacio más reducido y olvidas el pudor superfluo. La solidaridad, la compasión y el amor al prójimo (esos conceptos tan denigrados, a fuerza de ser convertidos en slogans) adquieren un sentido nuevo y brioso. Te sabes vulnerable, y descubres el valor de la pertenencia a la tribu (por mucho que la modernidad nos avoque al individualismo irredento).
Ese pensamiento moderno tiene su origen en el siglo XVII, cuando el filósofo francés René Descartes socavó todos los cimientos de los valores vigentes con su Discurso del método. Sus orígenes los podemos atisbar siguiendo el rastro a los restos del pensador, en el libro de Russell Shorto Los huesos de Descartes. En un relato amenísimo, sobre el trajín de aquellas reliquias, nos movemos por una Europa cuya intelectualidad intuía la importancia de semejante revolución: Con la razón como instrumento, los dogmas y los autoritarismos ya no tendrían razón de ser y, efectivamente, íbamos a tener que poner a prueba el funcionamiento del tan cacareado libre albedrío. Hoy, tres siglos más tarde sabemos que no funciona muy bien, y que el mundo es (cada día más) un lugar plagado de dudas y confusión…Pero hay que seguir confiando en el Hombre, y esperar que pronto surja otro Descartes, a ser posible menos arrogante y testarudo, que vuelva a apuntalar el edificio de la civilización. ¡Es urgente!