Alrededor de las 3 de la madrugada (tiempo coordinado universal) del día 21 de Julio de 1969, el astronauta Neil Armstrong pisaba, por primera vez en la historia de la humanidad, la luna. Quince días más tarde cumpliría 39 años (una forma estupenda de lidiar con la supuesta crisis de los 40). Yo, por mi parte, era un niño de 13 años que estaba viviendo el verano más alucinante de su corta vida. En realidad no pasaba nada, solo que mis hormonas estaban mas revolucionadas que los motores que impulsaban al Apolo XI; por eso, cuando mi padre nos despertó a toda la familia, para que intentásemos mirar simultáneamente a Selene y a la pantalla del televisor, me sentí casi tan protagonista como el comandante americano. Después de todo yo era un miembro de esa humanidad que estaba dando un paso enorme hacia el fascinante futuro, generosamente extendido ante mí. Aquel verano yo adoraba a muchos otros astros: estrellas de rock, recién descubiertas, que me integraban en un universo diferente y halagüeño.
En unos días se cumplirá el 40 aniversario de aquella noche de verano sureño, cuando el canto de los grillos y el olor de los jazmines quedaron asociados, para siempre, con aquella gesta. Cuando imaginé esta entradilla lo hice con música, y he de reconocer que la primera canción que se me paso por la cabeza era Fly me to the moon (en alguna de sus buenas versiones), pero ahora sé que TVE planea un programa nostálgico presentado por el tirano (ahora también “saurius rex”) de Jesús Hermida (el artífice de mis problemas estomacales), donde va a sonar esa música; de modo que prefiero mi segunda opción: Eclipse del magnífico The Dark Side of the Moon.
Agradezco al autor del montaje encontrado en youtube su préstamo, y hecho de menos la voz del final…¿os acordáis?:” En realidad ya no hay cara oculta de la luna…¡está vendida!”
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