domingo, 12 de julio de 2009

Vinagre


En la América pre-colombina, con seguridad, y en el resto del mundo, muy probablemente, los sacrificios humanos estuvieron vigentes hasta bien entrado el siglo XV. Rituales de muy distinta naturaleza, pero fundamentalmente de índole militar y religioso, incluían la inmolación de un ser humano. Por supuesto, la muerte debía ser un martirio, porque de lo contrario su carácter de ofrenda no hubiese funcionado adecuadamente. La lógica era demoledora: Calmar a un dios enojado requería una cantidad enorme de sufrimiento. Las ceremonias debían alcanzar tal grado de simbolismo que la relación tabú-prestigio era directamente proporcional: a mayor oscurantismo mayor reputación para los oficiantes y entendidos. También en la tauromaquia, incluidas todas las fiestas con toros implicados, hay un simbolismo enorme; porque cuando las luces y la razón disuelven el tabú de algo, lo último que desaparece es el andamiaje que lo ha sostenido, construido con la maldita tradición (más pegajosa que el cemento).
La palabra tabú es un término de origen polinesio que significa lo prohibido, aunque la RAE dice que es la condición de las personas, instituciones o cosas a las que no es lícito censurar o mencionar. Con respecto a la fiesta nacional, sus detractores (entre los que me incluyo) hemos conseguido sustituir el tabú por la invisibilidad, y a excepción de los militantes antitaurinos, el resto nos escudamos en la convicción de que no es útil discutir de toros, por la imposibilidad de llegar a ninguna conclusión. En realidad lo que hay que hacer es utilizar vinagre, aunque la realidad ya lo vierte a granel (véase la muerte del joven madrileño en los Sanfermines). El ácido acético es bueno para limpiar los restos de cemento. Que se les avinagren las fiestas, definitivamente, es cuestión de tiempo.

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