jueves, 9 de julio de 2009
Misantropía
De vuelta a la ciudad compruebo que el bebé de abajo aun no ha parado de llorar. Lleva llorando, sin parar, los diez primeros meses de su vida. Aunque si yo tuviese esos padres también lloraría (it’s my party, and I cry if i want to. You would cry too if this happen to you). Son unos maleducados, cara de acelga, que ni siquiera saludan en el portal.
Hace unos días, Fernando Savater, publicaba una columna donde afirmaba que los únicos libros prescindibles sin reparos, cuando ha de deshacerse de ellos, o bajarlos al sótano para hacer sitio en casa, son los marxistas (afirmación sorprendente, o quizá no tanto tratándose de Savater). Pues bien, yo quiero reivindicar nada menos que el libro rojo de Mao: ese panfleto que mis amigos de adolescencia me ocultaban por considerar que mi ascendencia burguesa me excluía de tan excelsa lectura. Allí, el mandatario chino, exponía sus razones para prohibir a sus compatriotas que siguieran pariendo como conejos: sabia medida, para evitar la proliferación de ruidosos (afligidos y desconsolados) descendientes de maleducados, caras de acelga. ¡Ala!
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