¿En que se parecen el capitán Haddock: ese entrañable borrachuzo y gruñón que poblaba el universo de Tintín, al señor Swann: el elegante invitado a cenar a casa de tía Leoncia en el idílico Combray? En que los dos han habitado, este verano, mi particular orbe de mitómano.
En el castillo de Cheverny, donde se inspiró Hergé para dibujar Moulinsart, creí ver al intrépido reportero y a su inseparable amigo quejarse de las hordas de turistas invadiendo la intimidad de su hogar; un hogar, por cierto, realmente ocupado por los marqueses de Vibraye (sus actuales dueños).
En Illiers-Combray, en el nº 4 de la calle del doctor Proust, el padre del autor, está la casa a la que acudía Swann para cenar, provocando el exilio del narrador al dormitorio donde anhelaría el beso de buenas noches materno.
Hay quien prefiere visitar los lugares donde se desarrolló la Historia (toda clase de monumentos y poderosas moradas), pero yo busco a los artífices de mis emociones privadas allá donde se supone que están; en ciertos parajes reales, tantas veces transformados como individuos conforman el imaginario colectivo.
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