martes, 4 de agosto de 2009

Banda Sonora (1996-2000)


La siguiente página pasó, como en cualquier biografía, inexorablemente; pero la banda sonora de mi vida ya no era, entonces, ese muro sin intersticios (como la que ilustra “Casino” de Scorsese, donde no deja de sonar música ni un solo momento), sino la selección que había que hacer entre tanto ruido. Los anaqueles se iban vaciando de música pop para dejar sitio a los clásicos. Clásicos modernos, mas bien, pues allí estaban Shostakovich, Maurice Ravel o Gustav Holst. Con un cierto regusto sajón: Bernstein, Willian Walton…

Al final de ese periodo, la locura electrónica se había enfriado: El chill out ejercía su poder, como en un amanecer eterno en Amnesia: Groove armada, I monster, Kinobe. En realidad me gustaba sucumbir a la magia del Ministry of Sound y sus sesiones enlatadas…Y mentiría sino recordara canciones fetiches, como la zorra de Meredith Brooks o la Sinfonía agridulce de los Verve, con sus polémicos arreglos stonianos. Eclecticismo era la clave para el nuevo yo, más sosegado, a quien ya no bastaba la emoción primaria del Pop, y necesitaba retos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Digamos que cuando te haces adulto tu nivel de exigncia por la música crece. Todos los aficionados a la música pop derivamos de un modo u otro hacia otros tipos de música que satisfacían exigencias que la música del día a día no podía cubrir. En mi caso particular fue la música antigua. Tuve una auténtica fiebre por conocer a autores como Claudio Monteverdi, que me parecen músicos brillantes. Pero descubrí que me ponían de un humor misantrópico y que no había nada como el frescor del buen rock psicodélico de los 60's y sus sucesivas imitaciones. Es una neura que muy dificilmente será superada por la música clásica. En la música, debido a ser un arte que se produce al rozarse las moléculas en el aire unas con otras, priman otros factores, al margen del virtuosismo técnico.

Pink Freud dijo...

Por supuesto. De hecho, la emoción primaria de la que hablo sigue primando, en mi caso, tambien, con el rock psicodélico de los 60's y sus secuelas; pero la música clásica me reta a buscar esa emoción en sus entresijos (todo un mundo, por cierto). Ahora mismo escucho una u otra música dependiendo de mi estado de ánimo...y conviven estupendamente.
Saludetes.

Vencido dijo...

Tiendo a huir de los desafíos intelectuales cuando se trata de música, porque no me gusta que la razón juegue un papel demasiado importante en mis emociones.

Me gustan muchas cosas de la mal llamada música clásica. Pero yo no las vivo como desafíos intelectuales sino como experiencias físicas y terrenales. Aún así, creo que te entiendo. Hay que abrir todas las puertas, por mucho que estas nos intimiden.

Un abrazo.

Pink Freud dijo...

Aquello, mas que un desafío intelectual era una huida hacia adelante o, quizás, una venda puesta antes de la herida. Recuerdo una noche (por aquella época) bailando en el Pachá de Ibiza y sintiéndome completamente fuera de lugar. Entonces decidí buscar en otros sitios y descubrí que Malher (por ejemplo) tambien me "ponía". De todas formas tengo el rock bajo la piel (como diría Cole Porter) y ningun músico de los mal llamados clásicos podrá emocionarme como lo hicieron Pink Floyd o los Rolling Stones hace treinta años y, aunque ahora resulte más dificil erizarme el vello, todavía lo conseguís alguna vez desde la radio...¡No paréis, porfa!