Mi osadía no tiene límites. Además de saltarme los escalones al estrellato (como decíamos el viernes), también me olvido de la meritocracia, e incluso de la fama (o mejor de los procedimientos, bien dudosos hoy día, para obtenerla).
Gracias a la red puedo escribir mi autobiografía. Pero consciente del poco interes que suscita mi vida, he decidido escribir solo el background (con perdón), de manera que apenas resulte un mosaico musical (que es en realidad lo divertido). Mi vida, como "Casino" de Scorsese, no tiene un solo intersticio de silencio en el muro sonoro (y no es el de Spector) que sostiene la dramaturgia…
En un principio era la radio, que allí en el sur programaba constantemente a las estrellas del flamenco o, aun peor, otras estrellas del encapotado cielo patrio; de modo que no es extraño que recibiésemos encantados ciertas lindezas de ultramar, aunque aun con toda su latinidad intacta, a pesar de que el origen estaba más al norte.
Teniendo en cuenta que tenía 4 años en 1960, no debía tener muy desarrollada la memoria, pero sí lo suficiente para recordar la silla a la que tenía que encaramarme para poner un disco en el pick-up mono: Discos de papá y discos de mamá; y arriba, en el desván, la vieja gramola a 78 r.p.m. del abuelo.
Gracias a la red puedo escribir mi autobiografía. Pero consciente del poco interes que suscita mi vida, he decidido escribir solo el background (con perdón), de manera que apenas resulte un mosaico musical (que es en realidad lo divertido). Mi vida, como "Casino" de Scorsese, no tiene un solo intersticio de silencio en el muro sonoro (y no es el de Spector) que sostiene la dramaturgia…
En un principio era la radio, que allí en el sur programaba constantemente a las estrellas del flamenco o, aun peor, otras estrellas del encapotado cielo patrio; de modo que no es extraño que recibiésemos encantados ciertas lindezas de ultramar, aunque aun con toda su latinidad intacta, a pesar de que el origen estaba más al norte.
Teniendo en cuenta que tenía 4 años en 1960, no debía tener muy desarrollada la memoria, pero sí lo suficiente para recordar la silla a la que tenía que encaramarme para poner un disco en el pick-up mono: Discos de papá y discos de mamá; y arriba, en el desván, la vieja gramola a 78 r.p.m. del abuelo.
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