La gran paradoja del lenguaje político, pervertido, es la que convierte a los conservadores en los paladines del progreso, y a los progresistas en adalides de la conservación. En medio los liberales, sin mojarse, tratan de conservar el progreso.
Claro que todos nos aferramos al diccionario como a un clavo ardiendo, y así ¿evitamos quemarnos?.
Si el adjetivo conservador U.t.c.s. (Usado también como sustantivo) se dice de un partido, o gobierno, especialmente favorable a la continuidad en las formas de vida colectiva, y adverso a los cambios bruscos o radicales; lo primero que habría que aclarar es cuando se considera un cambio brusco: ¿Una década?, ¿Un año?, ¿Una generación?, ¿Una legislatura?…Porque la sociedad, últimamente, parece una veleta en el ojo de un ciclón. Y tambíen si esa aversión a los cambios excluye los tecnológicos y ¿financieros?, como parece evidente.
Si el adjetivo progresista U.t.c.s. se dice de una persona, comunidad, etc. (¿Partido? o ¿solo podemos referirnos a un partido en la segunda acepción?, concretamente aquel ¿liberal? de España que tenía por mira principal el más rápido desenvolvimiento de las libertades públicas.) con ideas avanzadas y con la actitud que esto entraña; la pregunta aquí es: ¿A que actitud nos referimos?: ¿A la conservación de derechos adquiridos o a la destrucción de derechos adquiridos?. ¿Hacia donde avanzan las ideas?
Si el adjetivo liberal U.t.c.s., usado en su sexta acepción, define a un partidario de la libertad individual y social en lo político y de la iniciativa privada en lo económico; la pregunta es: ¿No esta ya suficientemente claro?. Esto es como quitar las barreras a la jaula de los leones en el Zoo. Son libres y toman la iniciativa del rey de la selva.
¡Me encanta el diccionario!
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