sábado, 10 de julio de 2010

En su sitio


En 1976, durante los 4 meses que duró mi militancia en el PSOE, participé en la organización de un homenaje a Rafael Alberti; entonces adalid brillante de la apenas vislumbrada democracia, y hoy un personaje puesto, sencillamente, en su sitio. Yo no voy a entrar (sería osado por mi parte) en la polémica sobre los valores poéticos o las habilidades políticas de este señor. Me limitaré a recordar lo que se comentaba en cierto pueblo del sur de Córdoba sobre el homenaje que se le ofreció allí, en el calor del clímax de la transición. La gente no entendía por qué había que homenajear a alguien que, durante su corta estancia en el pueblo para curarse de una afección pulmonar, en casa de su cuñado notario (una fuerza viva, sin duda; recordemos que corría 1924), había mantenido una actitud que podría resumirse como altanera (en un podio intelectual y social que poco tiene que ver con el pueblo). Los progres al uso, es decir, aquellos que todavía no son capaces de cambiar el concepto de progreso por vagancia intelectual, solo escuchaban los cantos de sirenas procedentes de Paris, o de un pasado remoto, cargado de rencor y veneno; de modo que les era indiferente la opinión de los viejos del lugar: aquel poeta era un exiliado de oro de la república, y un símbolo valiosísimo para restaurar la democracia.


Afortunadamente, el tiempo inexorable (que no se deja vencer con ruegos) pone a todo el mundo en su sitio. A este señor, concretamente, en los salones de la burguesía rural (a la que gustaba machacar con sus disquisiciones teóricas sobre marxismo, mientras merendaba opíparamente) o en las tabernas populares donde miraba por encima del hombro a tanto patán. El homenaje, de todos modos, sirvió para arengar a la gente sobre el advenimiento de la democracia, esa misma democracia que ahora está a la espera de ser colocada en su sitio por el titán Kronos.

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