En la encendida polémica sobre la propiedad intelectual, nadie menciona el que, para mí, es el aspecto más importante: El modelo de negocio del entretenimiento ya no es, ni remotamente, el que fue; y los “artistas” tendrán que admitirlo adaptándose al nuevo ( o inventándolo, mejor dicho).
En la sociedad actual, la democracia corre peligro no por falta de información y censura (como ocurría en los totalitarismos, o en el mundo pre-digital), sino por exceso y saturación de ella. La gente está indefensa ante la avalancha de imágenes, sonidos, opiniones, diatribas, y la falta absoluta de criterio para cribarlas. Esto puede sonar muy duro, pero es muy cierto: ¡Sobran artistas!, como quizás sobraban albañiles en España y en Irlanda durante los años 90.
Una gran amiga mía me hizo reír, durante mucho tiempo, con una de sus anécdotas. Durante una discusión con una chica “plastificada” mi amiga le espetó: “Eres muy mona, pero estas muy equivocada”. De la misma manera, Javier Bardem (tan mono) está muy equivocado cuando publica hoy en el diario El País, un artículo titulado El botón mágico. Sus amonestaciones a los que, supuestamente, van a dejar sin trabajo a miles de personas, se sostienen tanto como las pataletas de los ejecutivos de Hollywood contra la televisión en los años 60: nada.
El verdadero talento y la verdadera creatividad saldrán adelante sin ninguna duda; pero los miles de productos basura (películas, discos, libros, etc, etc) a los que él llama artesanía del cine y de la música, nos dejaran tranquilos de una vez para siempre. Sus artífices podrán convertirse en cultivadores de tomates o pintores de brocha gorda.
viernes, 24 de diciembre de 2010
miércoles, 1 de diciembre de 2010
Leucocitos descarriados
La contracultura ha sido siempre neutralizada por la cultura oficial, y siempre mediante el muy sutil método de la absorción. De esta manera, pareciendo que se trataba de un reconocimiento, del desarrollo de algo incipiente, se procedía a quitarse de en medio un síntoma de futuras complicaciones.
Ya fuese en el ámbito del arte: El Dadá deviene Surrealismo, con sus mucho más inocuos desvelos oníricos, o en el de la sociología: En plena guerra fría, las dos ideologías dominantes no pueden tolerar que los Hippies las cuestionen a ambas; la convención convierte cualquier intento de cambiar sus normas tácitas en una nueva conformidad. Si los jóvenes británicos son un escaparate de la decadencia del imperio, se les pone precio en las vitrinas de King Road. Si los Hackers penetran en las entrañas del sistema se les paga para convertirlos en agentes inmunológicos del mismo; pero algunos, como leucocitos descarriados, amenazan con destruirlo todo, y eso está ocurriendo ahora mismo con el creador de la controvertida Wikileaks.
Esta misma mañana, analistas políticos de prestigio identificaban a los Hackers más incómodos con la contracultura del siglo XXI, y vaticinaban que el fenómeno Wikileaks daría que hablar largo y tendido. Pero lo que no podíamos imaginar era que oyésemos hablar, inmediatamente, a algún político de su deseo de ver tendido a Julian Assange, sin vida.
Parece ser que, en el umbral de un nuevo mundo, donde se está procediendo a identificar a la convención misma como la mayor de las complicaciones presentes, sus centinelas no pueden esperar a que la cultura oficial fagocite a la contracultura: Hay que aplicar terapias más agresivas; aunque me temo que la desaparición de un virus no implica la destrucción de la cepa y, como dice Bastenier, vamos a tener Wikileaks para rato.
Ya fuese en el ámbito del arte: El Dadá deviene Surrealismo, con sus mucho más inocuos desvelos oníricos, o en el de la sociología: En plena guerra fría, las dos ideologías dominantes no pueden tolerar que los Hippies las cuestionen a ambas; la convención convierte cualquier intento de cambiar sus normas tácitas en una nueva conformidad. Si los jóvenes británicos son un escaparate de la decadencia del imperio, se les pone precio en las vitrinas de King Road. Si los Hackers penetran en las entrañas del sistema se les paga para convertirlos en agentes inmunológicos del mismo; pero algunos, como leucocitos descarriados, amenazan con destruirlo todo, y eso está ocurriendo ahora mismo con el creador de la controvertida Wikileaks.
Esta misma mañana, analistas políticos de prestigio identificaban a los Hackers más incómodos con la contracultura del siglo XXI, y vaticinaban que el fenómeno Wikileaks daría que hablar largo y tendido. Pero lo que no podíamos imaginar era que oyésemos hablar, inmediatamente, a algún político de su deseo de ver tendido a Julian Assange, sin vida.
Parece ser que, en el umbral de un nuevo mundo, donde se está procediendo a identificar a la convención misma como la mayor de las complicaciones presentes, sus centinelas no pueden esperar a que la cultura oficial fagocite a la contracultura: Hay que aplicar terapias más agresivas; aunque me temo que la desaparición de un virus no implica la destrucción de la cepa y, como dice Bastenier, vamos a tener Wikileaks para rato.
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