Mi padre, desde su fe, solía decir que el hombre propone y Dios dispone; y los Rolling Stones decían que You can’t always get what you want. Todo ello es cierto, y la prueba es que decíamos ayer (¡Ave Unamuno!) que cerrábamos por vacaciones, y que en la entradilla nº 100 haríamos liquidación; pero al final va a consistir en un obituario…y con una esquela no puede cerrarse nada.
Ha muerto Carlos Castilla del Pino. El hombre que cambio el curso de mi vida. ¡No, no exagero! Este insigne psiquiatra e intelectual me recibió en su consulta cordobesa hace mucho tiempo. Mi padre (otra vez), que era beato pero no tonto, me recomendó sus servicios cuando le insinúe que los muebles en mi cabeza estaban mal distribuidos.
Recuerdo un despacho austero y oscuro, impregnado del respeto y el miedo que me provocaba su leyenda, pues en Córdoba todo el mundo sabía el precio que este señor pagaba por la libertad: varios de sus hijos habían muerto en trágicas circunstancias, y nadie se explicaba como el adalid de la salud mental no había sido capaz de trasmitirla a su familia.
Bastaron cinco minutos para que Don Carlos me remitiera a una amiga psicoanalista, en Madrid, para someterme a tratamiento. Efectivamente descubrió, de un vistazo, mi batiburrillo mental y la necesidad de hacer inventario.
Desde entonces, mi cabeza se ha convertido, con esfuerzo y tesón, en una agradable estancia donde habitar en este proceloso mundo… ¡que no es poco!
Adiós, señor. Ilustre académico e ínclito escritor para todos; benefactor para mí. Descanse usted en paz.
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