sábado, 23 de mayo de 2009

La semilla inmortal


 Hace mucho tiempo leí un ensayo de Jordi  Balló  y Xavier Pérez titulado  La semilla inmortal. En él, estos catalanes profesores de narrativa, rastrean los motivos argumentales que se repiten tanto en el cine como en los modelos anteriores de la narración (de los cuales desciende). En los 21 capítulos del libro los autores nos explican otros tantos atávicos argumentos, presentes en algunas de las películas más importantes de la historia del cine y, con anterioridad, en los hitos de la literatura universal, o en las  raíces de la narrativa oral.

    A la busca del tesoro: Jasón y los Argonautas

    El retorno al hogar: La Odisea

    La fundación de una nueva patria: La Eneida

    El intruso benefactor: El Mesías

    El intruso destructor: El Maligno

    La venganza: La Orestiada

    La Mártir y el tirano: Antígona

    Lo viejo y lo nuevo: El jardín de los cerezos

    El amor voluble y cambiante: El sueño de una noche de verano

    El amor redentor: La bella y la bestia

    El amor prohibido: Romeo y Julieta

    La mujer adúltera: Madame Bovary

    El seductor infatigable: Don Juan

    La ascensión por el poder: La cenicienta

    El ansia de poder: Macbeth

    El pacto con el demonio: Fausto

    El ser desdoblado: Jekyll y Hyde

    El conocimiento de sí mismo: Edipo

    En el interior del laberinto: El castillo

    La creación de vida artificial: Prometeo y Pigmalión

    El descenso al infierno: Orfeo

 

    Esta misma mañana, al acabar una novela de Ángel Vázquez: Fiesta para una mujer sola (una novela maldita de un autor maldito, dicen en la contraportada), he reconocido la frontera de dos de esos argumentos: El intruso benefactor: El Mesías, y el intruso destructor: el maligno (nótense mis, también atávicos, prejuicios judeo-cristianos en la utilización estratégica de mayúsculas y minúsculas).

     A semejanza de otra historia,  que ya me impactó en su momento ( esta vez cinematográfica: Teorema, de Pier Paolo Pasolini ), el protagonista no solo está desprovisto de cualquier connotación sacra, que transforme la vida del pueblo redimido, como es el caso del intruso benefactor por excelencia: el redentor de las religiones monoteístas, sino que tiene un carácter turbador que trastoca la existencia de burgueses reprimidos, emparentando con los extranjeros seductores que aparecen en la otra categoría, la del intruso destructor. Sin embargo la llegada de ambos seres, carismáticos y atractivos, es benefactora al principio, aunque su desaparición trágica, y/o imprevista, hunda a los que les rodean en la miseria.

    La moraleja de esta especie de reseña doble (si tiene alguna) es precisamente la necesidad de acabar con los dualismos. Estamos avocados al relativismo, que tanto odia cierta  gente. La pretensión de aislar sentimientos y actitudes como puras: el bueno y el malo, el acertado y el equivocado, es cada vez más absurda.

    Frivolicemos un poco. ¡Nada es verdad y nada es mentira. Todo depende del color con que se mira ¡        

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