viernes, 28 de mayo de 2010
Surreal
Me voy a recorrer los 350 Km. que separan Oviedo de Santiago de Compostela a pie. Me voy a hacer el famoso Camino de Santiago: Una conducta del siglo IX en el XXI. Sin actitud legionaria (la parte mística y expiatoria de la peregrinación), pero consciente de la enseñanza que puedo sacar, la gesta me excita. ¿He vivido alguna vez, durante 15 días, con lo mínimo estrictamente necesario? No. No puedo negar que me atrae este reto. La recompensa es acceder a un club al que pertenecen algunos de mis amigos, y que voy a denominar ascético/hedonista, porque sus miembros son capaces de disfrutar con una actitud frugal y espartana. Su austeridad no tiene nada que ver con el masoquismo, aunque alguno encuentre particularmente atractivo el ejercicio físico extenuante. Más bien se trata de un entrenamiento anti-alienación; entendiendo por alienación cualquiera de las acepciones que nos ofrece el DRAE, y por entrenamiento un ejercicio preparatorio. Es decir ¡Que fantástico resulta poder vivir en casi cualquier sitio, y casi con cualquier cosa, entre tanta necesidad creada e impuesta!
Cierro este sitio, temporalmente; pero antes voy a presumir aún más de amigos. Ahora le toca el turno a uno, eterno, que resulta ser un magnífico pintor surrealista y, sin embargo, no está interesado en exponer su obra. Yo he obtenido su permiso para colgar aquí la fotografía de su última obra (a día de hoy. Espero que haya muchas posteriores). La suya también es una rebeldía y un entrenamiento anti-alienación, además de una lección a tanto diletante que anda suelto.
sábado, 22 de mayo de 2010
Simple
38 años antes de que Pachelbel escribiera su famoso canon, destinado a convertirse en la pieza más reutilizada en la música popular contemporánea, compuso Claudio Monteverdi su última ópera: L’incoronazione di Poppea. En ella se canta el dúo de amor más famoso de todo el siglo XVII, una preciosa melodía a la que (sin ánimo de acusar a Pachelbel de plagio) no fue indiferente el gran músico del barroco alemán. Esto demuestra 1º.- Que en el siglo XVII ya existía el Top of the Pops, y 2º.- Que una estructura tan simple como un ostinato en la línea de bajo de dos compases, es capaz de embelesar a muchísima gente durante muchísimo tiempo, algo digno de la más compleja reflexión sobre el poder de la simplicidad.
miércoles, 12 de mayo de 2010
TREME
El segundo capítulo de Treme me confirma lo buena que es la nueva entrega del creador de The Wire. Esta vez, David Simon, se ha ido a Nueva Orleans, solo unos meses después del Katrina, y empapa la trama de música (como no podía ser de otra manera): Músicos de Jazz, DJ’s, Bandas de funerales y estrellas de rock a la caza de talentos anónimos.
Me acuerdo de mi única visita a esa ciudad cumpliendo un ritual que aparece en este segundo capítulo: Nosotros, los visitantes, preguntando por algún sitio donde escuchar buena música de Jazz; a ser posible fuera del French Quarter. Bourbon Street está, efectivamente, llena de turistas paletos (americanos) que persiguen una noche similar a la que podrían disfrutar en Salou (por ejemplo), solo que amenizada por alguna banda de Dixie interpretando When the Saints Go Marching in.
Sin embargo hay, o había, muchos garitos en Nueva Orleans donde se puede escuchar música popular norteamericana de altísima calidad (lo que excluye el country) hecha por vecinos. Eso lo debe de tener claro Elvis Costello, quien parece que no se va a limitar a un cameo en la serie, sino que va a tener un papelito (pequeño, por ahora).
El ambiente general de la producción es tan real, y tan cinematográfico a la vez, como lo era el de las desventuras de policías y otros malvados en las calles de Baltimore; incluso podemos ver a Wendell Pierce y Clarke Peters, convertidos en otros personajes que nada tienen que ver con los cínicos polis de La Escucha, pero igual de cercanos a los miles de habitantes de la ciudad que deberán reconstruir sus vidas después de la gran tormenta.
Seguimos asistiendo, creo yo, al mejor cine del siglo XXI…hecho para la tele.
martes, 4 de mayo de 2010
Alas en los pies
Todos los que, alguna vez, habéis sido bailongos, disfrutareis leyendo “La historia del DJ”, de Frank Broughton y Bill Brewster.
El libro lleva el subtítulo de “Anoche un DJ salvó mi vida” que, además de ser el título de uno de los discos de música de baile más vendidos de todos los tiempos, es una declaración de principios…o, más bien, de finales: Los finales (afortunadamente felices) de tantas noches desquiciadas.
A las tantas de la madrugada, solía estar claro que ya no ibas a ligar por muchos más narcóticos que consumieses, de modo que la pista de baile se convertía en la UVI redentora. Cuando empezaban a sonar las primeras notas de tu canción preferida se acababan las penurias y adversidades. De repente, ya fuese en Madrid o en Ibiza, empezabas a comulgar con todos los mods del Norther Soul británico (que bailaban y bailaban para olvidar sus trabajos de mierda) y con todos los gays del Stonewall neoyorquino (que bailaron mucho más, si cabe, después de aquel 21 de Junio de 1969 para celebrar su estampida fuera del armario). Mentiría si digo que me hubiese gustado estar en cualquiera de los templos de estos devotos, porque eso significaría que ahora mismo estaría vegetando en Benidorm, con una generosa pensión del gobierno de su majestad la reina, o criando malvas en Green-Wood; pero haber bailado en el Casino de Wigan o en el Sanctuary de Nueva York son dos medallas cinceladas en el pecho de cualquier bailarín que se precie.
En el Spotify estoy construyendo una Play List con muchas de las joyas que se citan en el libro, especialmente del periodo más ligero de mis pies (ya bien cansados, por cierto): Maravillas que, mezcladas sin dubs ni efectos de ninguna clase, son la base de la enorme cultura de club generada desde entonces. Me gustaría compartirla con todos vosotros, pero eso solo es posible si disponéis de este servicio de música digital.
Desde aquí os recomiendo el libro, porque va a devolveros a la gloria de aquellas noches, de las de cada uno en particular cuando (estoy seguro) un DJ os salvó la vida.
El libro lleva el subtítulo de “Anoche un DJ salvó mi vida” que, además de ser el título de uno de los discos de música de baile más vendidos de todos los tiempos, es una declaración de principios…o, más bien, de finales: Los finales (afortunadamente felices) de tantas noches desquiciadas.
A las tantas de la madrugada, solía estar claro que ya no ibas a ligar por muchos más narcóticos que consumieses, de modo que la pista de baile se convertía en la UVI redentora. Cuando empezaban a sonar las primeras notas de tu canción preferida se acababan las penurias y adversidades. De repente, ya fuese en Madrid o en Ibiza, empezabas a comulgar con todos los mods del Norther Soul británico (que bailaban y bailaban para olvidar sus trabajos de mierda) y con todos los gays del Stonewall neoyorquino (que bailaron mucho más, si cabe, después de aquel 21 de Junio de 1969 para celebrar su estampida fuera del armario). Mentiría si digo que me hubiese gustado estar en cualquiera de los templos de estos devotos, porque eso significaría que ahora mismo estaría vegetando en Benidorm, con una generosa pensión del gobierno de su majestad la reina, o criando malvas en Green-Wood; pero haber bailado en el Casino de Wigan o en el Sanctuary de Nueva York son dos medallas cinceladas en el pecho de cualquier bailarín que se precie.
En el Spotify estoy construyendo una Play List con muchas de las joyas que se citan en el libro, especialmente del periodo más ligero de mis pies (ya bien cansados, por cierto): Maravillas que, mezcladas sin dubs ni efectos de ninguna clase, son la base de la enorme cultura de club generada desde entonces. Me gustaría compartirla con todos vosotros, pero eso solo es posible si disponéis de este servicio de música digital.
Desde aquí os recomiendo el libro, porque va a devolveros a la gloria de aquellas noches, de las de cada uno en particular cuando (estoy seguro) un DJ os salvó la vida.
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