miércoles, 3 de diciembre de 2008

El Perfume


Esto no es, evidentemente, una reseña del best seller de Patrick Süskind sino un alegato contra quienes (cada vez menos, afortunadamente) me imponen su perfume en lugares públicos. Ellos son menos culpables que los empresarios (y estos pueden ser cualquiera, dada la supuesta admiración que los famosos despiertan en la gente) cuando inundan el mercado con fragancias insufribles o adocenadas, cuando no portadoras de las connotaciones más rancias: la descripción que hacen los expertos de las diferentes esencias, para hombre o mujer, no tiene desperdicio.
La utilización de perfumes corporales es, bajo su aparente simpleza, una cuestión muy delicada: en primer lugar, el olor que emana un cuerpo ungido con cualquier aroma es diferente en cada caso, aunque la fragancia artificial sea la misma; por lo que hay que saber, exactamente, como le sienta ese perfume a tu piel. De todos modos, la cantidad utilizada debe ser la mínima, para que ese olor sea sugerido y no patente. Hay que tener muy en cuenta el contexto: no es lo mismo un perfume al aire libre, y con ligera brisa, que dentro de un local viciado y, habida cuenta que la meta de la mayoría (quieran o no las modistillas francesas) es la comodidad y el sport chic, deberíamos olvidarnos de todas esas esencias que evocan otros sitios y otros tiempos (siempre mas antiguos y mas encorsetados). Si no podemos resistir la tentación de mezclar nuestro peculiar olor con algún otro, que lo disfrace y lo estropee, deberíamos aprender las reglas básicas del juego. La primera de todas es muy sencilla: no impongas tus efluvios almizclados sobre tu prójimo. Respeta la pituitaria de los demás como la propia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Oye, pues no sé, el otro día estaba delante de una tía que se había puesto algo que olía muy bien. Era de locura, jaja!

saludettes!