La muy recomendable retrospectiva de Francis Bacon en el museo del Prado, hasta el 19 de Abril, termina con un audiovisual donde el pintor es entrevistado en un estado de sobriedad, parece ser, infrecuente en él. La interesante conversación con su interlocutor nos muestra a un encantador Bacon, reflexivo y humilde sobre su obra, y yo me preguntaba si sería muy diferente de aquel trasegador de martinis en el Cock madrileño.
Recuerdo aquel glamoroso garito como la trastienda del célebre Chicote, donde bohemios excelsos se mezclaban con pijos irredentos, bajo la supervisión de porteros exigentes pero civilizados. Probablemente haya coincidido alguna noche de los primeros ochenta con el artista, cuando acudía con mi amigo Charria (galerista consorte del intuitivo Manolo Montenegro) a trasegar gin tonics, en nuestro caso. Yo he conocido muchos bebedores compulsivos que, efectivamente, se trasforman bajo los efluvios del alcohol: la sustancia les espolea el ingenio, pero también la agresividad, de modo que les anula cualquier encanto.
Volviendo al pintor, me lo imagino fascinado por tanta boca gritona a su alrededor: confiesa que el interior de la boca humana era una de sus obsesiones, y hubiese querido llegar a pintarla con la misma precisión que Monet utiliza en los paisajes matizados por la luz de la tarde.
Tan recomendables como la propia exposición son los comentarios, colgados en la Web del museo, a cargo de Manuela Mena, su comisaria.
Recuerdo aquel glamoroso garito como la trastienda del célebre Chicote, donde bohemios excelsos se mezclaban con pijos irredentos, bajo la supervisión de porteros exigentes pero civilizados. Probablemente haya coincidido alguna noche de los primeros ochenta con el artista, cuando acudía con mi amigo Charria (galerista consorte del intuitivo Manolo Montenegro) a trasegar gin tonics, en nuestro caso. Yo he conocido muchos bebedores compulsivos que, efectivamente, se trasforman bajo los efluvios del alcohol: la sustancia les espolea el ingenio, pero también la agresividad, de modo que les anula cualquier encanto.
Volviendo al pintor, me lo imagino fascinado por tanta boca gritona a su alrededor: confiesa que el interior de la boca humana era una de sus obsesiones, y hubiese querido llegar a pintarla con la misma precisión que Monet utiliza en los paisajes matizados por la luz de la tarde.
Tan recomendables como la propia exposición son los comentarios, colgados en la Web del museo, a cargo de Manuela Mena, su comisaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario