domingo, 19 de octubre de 2008

Adicto





Los caminos de la intuición son inescrutables, y el criterio (el buen criterio) para elegir lo que nos instruye, nos informa, nos entretiene o, simplemente, nos emociona le debe mucho a nuestro instinto. Confesaré que, hasta que no sucumbió a esa pulsión suicida que tanto temía, David Foster Wallace era para mí solo un nombre atisbado en las reseñas literarias de los suplementos especializados en la prensa. Ahora, cuando yo también he sucumbido al morbo de adentrarme en su mente, la mente de quien se entrega voluntaria y prematuramente a la muerte, doy gracias al instinto (por otra parte nada original porque, tras su desaparición, su obra se vende mucho más) que me dirigió a este hombre. Ahora sé que la adicción es tratada en sus libros como el gran símbolo del malestar de la sociedad capitalista y os aseguro que lo hace con un talento rayano en lo sublime. Solo llevo 50 páginas de su gigantesca Broma infinita, pero ya me ha dado tiempo a identificarme con el adicto (así, en abstracto), que utiliza el objeto de su adicción como el placer supremo y la penitencia simultáneamente…¿O sucesivamente?. Ahora con la felicidad de quien pudo superar sus adicciones (o, al menos, la inmensa mayoría, porque el nirvana resulta inalcanzable), he disfrutado mucho en el infierno de quien ve en la marihuana la terapia perfecta a su adicción a la hierba, o de quien bebe para olvidar la dolorosa resaca. Un infierno de papel y tinta, por supuesto, porque el otro, el de la mordaza de ansiedad que te atenaza el cráneo en aquellos momentos, es insoportable.

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