Una vez trabajé a las órdenes (pelín tiranas) de una estrella de la televisión. Ahora es, mas bien, una enana blanca, pero entonces brillaba lo suficiente para deslumbrar a la audiencia que él mismo calificaba de tonta sin ningún pudor. De su seno surgieron un montón de enanas rojas, idóneas para conducir la programación, importada de allende los mares, que le convirtió en el Charlie de más de tres ángeles. Tertulianos, graciosillos, chismosos, y todo aquello susceptible de ser incrustado en las débiles entendederas de la "gente". La (i) lustre semilla del vertedero (de aquellos polvos…estos lodos) en lo que hoy se ha convertido la televisión generalista de este país. El y sus esbirros realizadores me dejaron una huella indeleble: una lesión en la mucosa gástrica, a la altura del píloro, recuerdo de una úlcera. Por eso, para mí no son más que bichos ( en la misma categoría que el Helicobacter pyloris); pero la profesión los encontrará, ya viejecitos, en alguna universidad privada, formando nuevos hombres-bacterias; o en el staff de alguna productora responsable de lo peorcito de la basurilla.
A la televisión, de todas formas, no hay quien la pare, hasta que ella solita alcance la inmovilidad aparente de la inercia (Baudrillard dixit). Esperemos que sea pronto.
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