domingo, 26 de octubre de 2008

En terapia


El último Martes, cinco minutos pasada la medianoche del Lunes (para ser exactos) estrenaron en TV una serie norteamericana de explícito título: En terapia. Efectivamente, cada noche vamos a poder ver a un psicoterapeuta en plena faena con sus pacientes, incluida la noche que dedica él mismo a ser psicoanalizado por un colega. Mientras veía el primer episodio se me pintó en los labios una enorme sonrisa del tipo Encantado de haberte conocido, y la auto estima se disparó inundando mi mente con una placentera sensación balsámica. La explicación era bien sencilla: Hace mucho tiempo acudí a la consulta de un psicoanalista, pidiendo ayuda para desentrañar lo que yo creía (y efectivamente, así era) una intrincada red de circunstancias que me habían conducido a un estado de angustia permanente. El primer intento fue con un sujeto de Blazer azul marino y despacho digno de cualquier bufete selecto de abogados. Era un depredador dispuesto a morder su presa a cualquier precio, pues cuando me dispuse a marcharme, tras conocer sus abusivas tarifas, me espetó que quizá tuviera tendencias suicidas (¡y una mierda!) y me arrepintiera de mi decisión. Después recalé en una estricta lacaniana argentina quien, contra todo pronóstico, consiguió retenerme durante todo un año: 52 semanas acudiendo un par de veces a contarle mis miserias a una muda. Aquella vez, el alta me la di yo mismo (ellos nunca matarían la gallina de los huevos de oro) tras crecer un peldaño, definitivo en la vida, y conseguir un satisfactorio trabajo.
Diez años más tarde regresé a la consulta de un profesional, aquejado del otro mal que suele afligir a los humanos: fui a enamorarme de quien no debía y, mi fragilidad, me dejó al borde del abismo. En esta ocasión tuve mucha suerte, porque un psicólogo conductista, tan humilde como eficaz, me marcó las sencillas pautas de vida que ya siempre me han acompañado para ser feliz. Pasó otro año hasta que recibí el alta de este honesto terapeuta (ahora me la dio él), tras otro episodio que, desgraciadamente, marca la vida de cualquiera: la muerte de mi padre.
Jamas olvidaré el cartel que colgaba en la puerta de la consulta

Fulanito de Tal

Crecimiento personal

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