jueves, 1 de enero de 2009

Operetas


Por razones ajenas a mi voluntad, pero muy propias de mi corazón, me convierto esta primera mañana del año en improvisado espectador de TV. La única distracción de mi anciana madre consiste en contemplar el rectángulo listo, que es como hay que denominar ahora a la caja tonta, que ha pasado a ser plana y adoctrinadora.
Hoy ha elegido los canales públicos: ración doble de opereta.
Primero la misa solemne desde la basílica de S. Pedro, oficiada por el mismísimo Papa. Como solo he llegado a la comunión, he podido ver el desfile de mantillas y fracs, salpicados por algún que otro uniforme de charreteras (¡lo juro!), genuflexo ante su santidad. En algún momento parecía salido de la imaginación de Franz Lehár. A continuación, el concierto de año nuevo desde la capital austriaca (el tufo ex imperial me persigue). Aquí también hay un desfile: de tópicos y sorpresas archisabidas: varios comienzos en falso del Danubio azul, la sinfonía de los adioses de Haydin, la marcha Radetzky…en fin, la quintaesencia de la tradición, esponsorizada por Rolex. La falsísima risa de José Luis Pérez de Arteaga (ilustre locutor de Radio clásica), cuando Baremboin ha dramatizado el final de la sinfonía de los adioses, ha marcado el climax de la nausea.

1 comentario:

Vencido dijo...

A mí me ha gustado, como casi siempre, el concierto de año nuevo. Hay cosas que no deben cambiar, pocas, pero esta es una de ellas.

Según mi visión de paleto que no quiere dejar de serlo...