lunes, 8 de septiembre de 2008

James Bon Bon


Un agente secreto puede ejercer la hipocresía profesionalmente. Puede ser el mismísimo diablo, parapetado tras un patriotismo exagerado, una ideología sin fisuras o una exagerada retribución por parte de su gobierno. Este será, sin duda, seducido por su clase, su talento, su juventud, su cultura y cuantos atributos queramos añadirle. Habrá quien lo haga mejor y peor (incluso fatal) para sus jefes. ¡Hay agentes dobles!. Habrá quien traicione, quien mate, quien vilipendie…En fin. Todos, incluso los que vivimos esos mundos indirectamente, a través del cine y la literatura, sabemos lo malos que pueden ser los agentes secretos. Pero lo que no sabíamos, hasta ahora, es que si además son gays…¡apaga y vámonos!.
No tenemos más que leer en el A,B,C,D las artes y las letras a J.J. Armas Marcelo quien, con la pose del que está convencido de su superioridad, la cual incluye una distancia de los asuntos (concretamente la que le otorga la cerveza helada y las anchoas al borde de la piscina) capaz de simular hasta tolerancia, escribe sobre el regreso de los gays al servicio secreto interior británico; y lo hace como si estuviese hablando de una peligrosa secta, erradicada en el pasado, pero resurgida, ahora, para escarnio de las democracias occidentales (porque también sabemos que, mientras más comunista sea un agente secreto ¡mucho peor!).
Parece ser que el papel de los espías homosexuales, durante la guerra fría, fue nefasto para occidente y muy provechoso para el estalinismo; al menos según el libro de Stephen Koch “El fin de la inocencia, Willi Müzerberg y la seducción de los intelectuales”. ¡Habrá que leerlo! Pero, aun sin haberlo hecho, no me resulta fácil imaginar los argumentos que relacionan las preferencias sexuales con la condición maquiavélica, a menos que se refiera a una hipocresía redoblada por la necesidad de esconderse (recordemos como los heterosexuales perseguían, encarnizadamente, a los gays por aquel entonces). Como tampoco imagino los argumentos del MI5 para justificar la caída y ascendencia de los agentes secretos rosas, a no ser una evolución semejante a la acaecida en las fuerzas armadas de cualquier país civilizado, donde hasta hace muy poco tiempo era impensable la presencia de “maricas” fuera del armario.
En lo que sí estoy de acuerdo es en la ingenuidad de quien hubiese creído que los gays se hubieran marchado (voluntaria o forzosamente) de cualquier institución; así como en la de quien piense que los columnistas homófobos han desaparecido de los periódicos conservadores.

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